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Propuestas, no campañas huecas

Por Noemí Avilés.-

Una vez superada la etapa que tuvieron a bien llamar las autoridades del IFE como intercampañas, que no fue otra cosa que meter en un compás de espera la difusión de propaganda política de los candidatos durante largas semanas, inició sin bombo ni platillo el proceso electoral propiamente dicho. Varias interrogantes se abren en el horizonte y todas tienen que ver con la calidad de las campañas y sus propuestas.

Por ejemplo: durante varias semanas se ha hablado de la estadía en México del celebérrimo Antonio Solá, esa suerte de bestia negra de la mercadotecnia política y que fuera el responsable de instrumentar sendas campañas negativas en contra de Andrés Manuel López Obrador en el 2006. La advertencia de que el tabasqueño era un peligro para México, querámoslo o no, surtió efecto en algunos sectores de la población menos informados y más orientados a dejarse llevar por las primeras impresiones.

Antonio Solá de origen español, según nos indican nuestras fuentes en el equipo de campaña de Josefina Vázquez Mota ¿El quemar neuronas para instrumentar campañas de desprestigio, toneladas de lodo que a todos salpica, es lo mejor para el país? ¿No sería deseable que a cambio del detritus argumental la candidata panista propusiera temas que pudieran ser debatidos con sus opositores?

 

Por otro lado, la estructura de campaña de Enrique Peña Nieto descansa en la fabulosa maquinaria territorial, bien aceitada y engrasada, y que ha dejado su impronta en las elecciones estatales. Se dice, y con razón, que Enrique Peña, más allá de su apostura física, es un hombre de paja. Me recuerda a aquel poema de Thomas E. Elliot del cual rescato dos versos: “Somos los hombres huecos, los hombres de paja, / y en nuestros cerebros transitan solamente ratones.”

Si se observa bien la vieja nomenclatura priísta ha tomado las riendas del partido. La gerontocracia está de regreso con todo lo que ello implica: el pensamiento único, la ausencia de discusión, de democracia interna, la política entendida como un medio de imponer visiones del mundo y de país, la corrupción entendida como el aceite necesario para mover a tan extraordinaria maquinaria.

La debilidad de Peña Nieto estriba, precisamente, en que no es un hombre con ideas propias. Entraña el riesgo de que en caso de ganar, sea uno de los hombres de estado más débiles e incapaces para presentarse ante el concierto internacional, ante sus pares, sin llevar un telepronter a la mano. Por cierto, en las redes sociales es el personaje del que más se hace escarnio en el país.

El candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, desde mi punto de vista, es el que ha presentado propuestas, no ideas hechas. En reuniones privadas con diferentes sectores, ha dado a conocer el México que él considera de urgente aterrizaje. Un país en donde se combatan las desigualdades, en donde se creen empleos, un México cuya estructura de Gobierno no le cueste tanto a los ciudadanos. El reducir el sueldo a los funcionarios no es un anuncio retórico. Baste recordar lo que le cuesta al país la burocracia dorada de Felipe Calderón Hinojosa, en cuyo mandato se duplicó en número y en costo.

Su propuesta de la República Amorosa, aunque pueda tomarse a chunga tiene que ver con algo muy sencillo: la necesaria convivencionalidad entre los mexicanos, el rescatar los valores cívicos hoy perdidos por la indiferencia que nos causa la violencia, las víctimas de esta absurda guerra en contra del crimen organizado, víctimas que, hay que decirlo, en su mayoría han sido gente inocente.

Escribo esta colaboración desde la Ciudad de México. Al transitar por una calle de Coyoacán, vi salir de la librería El Sotano, al poeta Javier Sicilia. Lo reconocí y lo saludé y él, con humildad y agradecimiento me volvió el saludo. Al día siguiente se trasladaría a Morelos no para celebrar sino para contabilizar el primer aniversario de la desgracia personal que lo llevó a organizar uno de los movimientos ciudadanos más críticos en contra de la estrategia de seguridad del michoacano Felipe Calderón.

Estoy convencida de que nadie en el país siga en estas condiciones, no creo ni por asomo que Enrique Peña y sus titiriteros, o Josefina Vazquez y sus mercadólogos sean la solución que México requiere. El país esta necesitado de cambios radicales, no de huecas palabras.

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