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*Policías con miedo *Encuestas y trampas *AMLO marca la agenda

Por Víctor Ardura.-

 

Conocí a Sara Vega Barreto cuando conducía un programa radiofónico de revista informativa. Era, es, una mujer joven, con aire de estudiante universitario, de tes blanca y ojos vivaces. Nadie diría al verla que está a cargo del Centro Estatal de Evaluación y Control de Confianza ¿Y de qué estamos hablando? Ni más ni menos que de un mecanismo que valúa la honestidad, el talento, la capacidad, la moralidad y el desempeño de las policías. No es un órgano punitivo. Es el cernidor por el que deben pasar, -por lo menos en teoría-, estos servidores públicos que están a cargo de algo tan delicado como la seguridad de nuestras personas y de nuestros bienes.

Las tres o cuatro entrevistas se convirtieron en un trato más o menos frecuente. Supe de sus dificultades para tener una sede y establecer una metodología de trabajo de tal forma que cumpliera con su misión. Y Sara logró que el Centro fuera uno de los pocos acreditados en el país ante el Gobierno Federal. Hoy leo que Sara concede al Universal una larga entrevista en donde nos pinta un panorama más bien empobrecedor. Nadie quiere trabajar de policía. El Centro concentra un grupo de profesionistas multidisciplinarios entre abogados, sicólogos, criminalistas, etcétera. La idea es depurar las corporaciones y conformar un sólido cuerpo de 12 mil policías que atiendan las necesidades en la materia de los 113 municipios del estado. Los problemas para lograr esta aspiración no son muchos pero al parecer son insuperables.

En primer lugar los bajos salarios. Las nuevas generaciones ven como poco atractivo una profesión de riesgo en la que se gana tan poco. Ser policía en Michoacán, al igual que periodista, es un oficio de alto riesgo y en el caso del primero su cercanía con los grupos criminales organizados, particularmente con los que se dedican al trasiego de droga, vuelve el asunto complicado.

Sara, en ese trabajo periodístico, deja a un lado la timidez y expresamente afirma que este estado de cosas  obedecen a que ni al mismo gobierno esta interesado en mejorarlas. Es explícita en sus sentimientos: “Han habido momentos en los que la decepción me hizo pensar en retirarme de esto (…) pero creo finalmente que hay un compromiso con los ciudadanos y no podemos claudicar”.

Dos visiones

Con los gobiernos de izquierda se pudo aterrizar este proyecto, el Centro Estatal de Evaluación y Control de Confianza. A nivel de mejora salarial los policías estatales mejoraron sus percepciones, si bien es cierto que no de forma tal como lo requiere tan importante tarea. Esta es una asignatura pendiente que no es hoy. Con las administraciones priístas se ha preferido aplicar la fórmula “dejar pasar, dejar hacer”. Los uniformados hacen como que vigilan y las autoridades como que les pagan. Voy a dar un ejemplo. Cuando el actual gobernador fue presidente municipal castigó de manera notoria las percepciones de los elementos de tránsito. Por eso los veíamos tan activos, buscando el castigo, la multa, el retiro de la placa, en fin todo aquello que le significara pretexto para hacerse, usted sabe, de un dinerillo extra. ¡Vamos! que tenían fama de mordelones”. Los policías de tránsito del gobierno del estado, en cambio, ganaban el doble y tenían varias prestaciones. Saque usted conclusiones.

El desaliento de Sara por supuesto que tiene una base. Aquí la pregunta radica en saber si la nueva administración trabajará para corregir este estado de cosas, para mejorar las condiciones laborales de las policías, el equipo, el armamento, o si se buscará alguna fórmula mágica mediante la cual se puede encontrar gente disponible a arriesgar el pellejo por un quítame estas pajas. Porque de ser así no tendría caso la existencia y operación de un Centro Estatal de Evaluación y Control de Confianza.

Cuestión de encuestas

En un reciente trabajo del periodista Víctor Toledo, y citado por el columnista Jaime Avilés,  (La Jornada 14 de abril 2012), se apunta una hipótesis con la que habíamos coincidido en El Mirador: hay un grupo de compañías encuestadoras, coincidentes incluso en sus resultados, que insisten en ubicar al candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, en tercer lugar de las preferencias electorales. Estos sondeos son publicitados ampliamente, dados a conocer con profusión y apuntalados bajo la sombra del prestigio que puedan tener esas empresas.

Toledo cita sin embargo otras encuestas, que aparecen poco en los espacios “informativos” del duopolio informativo y que colocan a AMLO en primer lugar de las preferencias. Ciertamente no es lo mismo que estos trabajos se transmitan en Milenio Televisión que lo que afirme Mitofsky en Televisa.

Intuyo que hay trampas metodológicas en el caso del primer grupo. Cortes transversales de los cuales no se nos informa, por ejemplo, si las conclusiones a las que llega Mitofsky provienen de un sector de la población que se entera de la realidad nacional e internacional a través de los noticieros televisivos, el dato es importante y se nos escamotea.

Avilés también nos dice, con lucidez, que no se está arrojando una luz convincente sobre lo que se publica y se escribe en las redes sociales. Y tiene razón. Me parece que hay un desnivel enorme entre el supuesto apuntalamiento de Enrique Peña Nieto en las encuestas, y lo que se piensa de él en facebook y en twitter. Creo que es el momento de hacer un alto en el camino y repensar el papel de estas encuestadoras en el proceso electoral. Es claro que la vitrina metodológica debe ser suficientemente explícita para informarnos con amplitud a qué gente le están preguntando, de qué nivel socioeconómico, grado de escolaridad, dónde se informa, en dónde vive, trabaja, y qué grado de conocimiento tiene sobre los candidatos y sus propuestas. Si una verdad distorsionada se difunde hasta la saciedad corre el riesgo de convertirse en un engaño, en una manipulación. Que quede claro: las encuestas siguen siendo una herramienta valiosa, pero en este momento su papel de acompañamiento hacia el espectro de intereses del duopolio televisivo puede dañar no sólo su credibilidad, sino su aporte a la comprensión la política que puedan tener los mexicanos.

La culpa es de otro

Jonathan Swift, ese brillante escritor inglés injustamente conocido sólo por Los Viajes de Gulliver, fue un brillante escritor satírico que puso en tela de juicio, que metió al cernidor de la carcajada las estiradas costumbres de su época, la Inglaterra del siglo XVII. Hoy todavía hay quienes leen aquel pequeño panfletillo en el que aconsejaba terminar con el hambres entre las clases pobres, haciendo uso de algo que saben hacer tan bien, tener niños, sobre poblar. Aconsejaba, -y esto a algunos nos les causa gracia-, la industria de crear tiernos infantes durante un año, bien cebaditos y tiernos, para después ser vendidos al mercado de la carne.

Era, por supuesto, un escritor incómodo, pero terriblemente lúcido. En otro escrito conocido como Instrucciones para los sirvientes, redactado casi el final de su vida, leemos esta recomendación: “Echa todas las culpas al perro faldero, al gato favorito, a un mono, a un loro, a una urraca, a un niño o al último sirviente despedido; así te exonerarás a ti mismo, no causarás perjuicio a nadie y ahorrarás a tu amo o a tu señora la molestia de reñirte.”

El concejo pueden retomarlo aquellas corrientes del PRD que intentaron una cena de negros contra el ex gobernador Leonel Godoy Rangel. Sí, échenle la culpa de todo al otro, que siempre es lo más fácil…

AMLO en Michoacán

Esta semana el candidato de las izquierdas estará en Michoacán. Con todo y ciudadela informativa que se ha intentado erigir alrededor de él, edificio donde se sustituye la banalidad por la propuesta, Andrés Manuel marca la agenda del día y mete al debate los temas de importancia. ¿De qué habla Andrés Manuel? De temas sustantivos como qué hacer con el grave problema del crimen organizado sin que ello implique seguir la carrera loca de matanzas de inocentes, de cómo proporcionar educación al mayor número de mexicanos, de qué manera aplicar un plan de austeridad mediante el cual, sin quitarle a los ricos, se pueda establecer un techo de 600 mil millones de pesos para activar la menguada economía del país.

No es que se haya quitado los guantes; su exigencia de que el IFE investigue a Peña Nieto por haber rebasado ya topes de campaña, merece un examen serio por parte de este organismo ciudadano. Su llamada a las empresas televisivas para que ellas organicen debates, es decir, para que el diseña el IFE no sea el único, también es una propuesta que merece ser digna de atención. Los candidatos de la derecha saben que estarían perdidos si se enfrentan en más de un debate con Andrés Manuel. Por eso hay que insistir en que el intercambio de ideas se de en más de una ocasión y de cara a la sociedad.

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