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Mediterráneo o el viaje a la muerte de cientos de migrantes

31 de julio del 2023.- Dicen que hay miradas que se clavan en el alma. La de aquella niña de inmensos ojos negros, recién rescatada, era la de alguien muy asustado, de miedo. Alta, con un vestido sucio y mojado, y muy guapa, no dejó de mirar y buscar, en la oscuridad de la madrugada. Acababan de rescatarla de su bote metálico en el que viajaba con otro grupo de unas 40 personas. Fue la primera en saltar a la RIBS o lancha de rescate de Médicos Sin Fronteras (MSF) y mientras esperó, sola, a que el resto fuera puesto a salvo, no paró de mirar y buscar. No sonreía, no quería hablar, no quería dormir. Tenía una de esas miradas que atraviesan el corazón de cualquiera.

Un día más tarde, subimos a buscar a la niña de inmensos ojos negros a la cubierta del Geo Barents donde descansaban las mujeres y los niños. En la de abajo, estaban los hombres. Nos dijeron cómo se llamaba, que tenía 11 años y procedía de Benín. Vimos una perfecta sonrisa dibujada en su boca. Ya no tenía la mirada asustada ni de miedo. Al lado, estaba su bella y joven madre. Seguramente a la que tanto buscaba, durante la media hora que duró el rescate.

Doce operaciones de salvamento en 48 horas
Entre el 15 y 16 de julio, el barco de búsqueda y rescate de Médicos Sin Frontera realizó, ininterrumpidamente y sin descanso para los equipos, doce operaciones de salvamento a petición del gobierno italiano. Durante casi dos días, salvaron a 462 personas, muchos eran menores no acompañados. Viajaban también mujeres embarazadas y cuatro bebés. El motivo por el que decidieron subir a una precaria embarcación y arriesgar su vida es muy parecido. Escapar de la violencia, miseria o hambre. Y, del miedo.

“El Mediterráneo es el cementerio, el gran cementerio de los negros”, afirma con rotundidad Bienvenue. Es de Costa de Marfil y tiene 29 años. En su bote viajaban 38 personas, 4 eran mujeres, y un niño. Esta joven pide hablar con el equipo de RTVE, a bordo del Geo Barents. Quiere, necesita, contar su historia porque ella, dice, “ya ha viajado con la muerte”. Es lesbiana y huyó de su país para buscar la dignidad que no le habían dado. En el camino conoció a su actual pareja, otra mujer que también huía por lo mismo.

“Fui vendida por mis propios hermanos negros como esclava en casas tunecinas“

A los 12 años, la madre y abuela de Bienvenue le mutilaron el clítoris. No conoció a su padre, pero su nuevo padrastro mató a su madre. Sola y sin recursos la casaron a los 14. Su marido, mucho más mayor, la violó y maltrató y, a los 16, dio a luz a su primera hija. No pudo aguantar mucho más y salió corriendo. Desde entonces, no ha vuelto a ver a su niña. Le dijeron que en Túnez sería más fácil para una lesbiana. Que encontraría asociaciones LGTBI que podrían ayudarla. “Allí tampoco fue fácil para mí, fui vendida por mis propios hermanos negros como esclava en casas tunecinas”.

Después de siete años de malvivir, limpiando casas y cuidando niños, su pareja y ella decidieron que era el momento de saltar. De jugársela a todo o nada. “Fui amenazada por la población con machetes, nos dijeron que nos iban a cortar la cabeza y que volviéramos a casa, que Túnez no era nuestro hogar. Así que decidimos subirnos a un barco. Dijimos que o moríamos en el Mediterráneo o dejábamos Túnez.»

La ruta marítima del Mediterráneo central es la más utilizada, pero la más letal para los migrantes que quieren llegar a Europa. Las costas libias y tunecinas están muy cerca de la isla italiana de Lampedusa, pero el Mediterráneo tampoco es una mar dócil. En lo que llevamos de año, cerca 2.000 personas no podrán cumplir su sueño de tener una vida mejor o, simplemente, una vida.

Muchos africanos ya sabían que el infierno está en Libia, pero desconocían que Túnez se ha convertido en un nuevo avispero. Las recientes declaraciones racistas de su presidente, Kaïs Said, han provocado una ola xenófoba que recorre todo el país. Pidió acabar con la inmigración irregular y acusó directamente a los subsaharianos de estar detrás de los males de del país y de querer “africanizarlo”.

Chris, 32 años, camerunés, ya sabe lo que es vivir en los dos infiernos. Rescatado por el Geo Barents junto a su mujer y su hija de 4 años, asegura que está feliz porque están a salvo, pero sus ojos tristes y su mirada dura anticipan lo que está por contar. “Me vendieron como un esclavo, me entiendes, como un esclavo”.

Chris no ha conocido la paz desde que salió de su país. Vendido en Libia por un traficante, pasó dos años retenido en un sótano hasta que alguien pagara una fianza por él. “Me dispararon con una pistola, la cicatriz sigue aquí. En el brazo me quemaron con una barra de hierro a más de 50 grados”. Finalmente, logró salir de aquel agujero con la ayuda de alguien“bueno”. Pero había que escapar de aquel horror y decidió junto a su mujer embarazada cruzar a pie el desierto para llegar a Túnez, el segundo infierno.

Después de trabajar duro, la vida se hizo muy difícil para las personas de su raza. Pagó 1.000 euros por subirse a un bote metálico. “Claro que es una decisión difícil, pero no podíamos quedarnos allí. Si me quedo, podría perder mi vida y, sobre todo, la de mi hija que tiene 4 años”.

“Rescatamos en aguas internacionales y los puertos libios y tunecinos no son lugares seguros“

El Geo Barents, con 76 metros de eslora, es uno de los barcos de rescate con mayor capacidad que navega, en estos momentos, por el Mediterráneo Central. “Hemos rescatado mucho más cerca de Italia que de Libia o Túnez. Rescatamos en aguas internacionales y los puertos libios y tunecinos no son lugares seguros. Y no podemos desembarcar a personas en lugares donde su vida corre peligro, desembarcar a las personas en el lugar del que están huyendo. Es como si las personas que huyen de la guerra de Ucrania son rescatadas y después se las devuelve a Ucrania, asegura Riccardo Gatti, Coordinador de operaciones de rescate de MSF.

Después de 48 horas de operaciones de salvamento y, con 462 personas a bordo, las autoridades italianas ordenaron volver a puerto seguro. Esta vez, fueron dos en vez de un solo puerto designado: el de Livorno y el de Marina de Carrara, en el norte del país, muy lejos de la zona de rescate.

En total, el Geo Barents tardó doce días en recorrer 1.750 millas náuticas desde que zarpó en Marina de Carrara hasta que regresó con los migrantes a bordo. El equipo de MSF se queja de que el gobierno de Meloni envíe a los barcos humanitarios muy lejos de las zonas de rescate para desembarcar, porque se tarda más y supone mayor coste económico. Por eso piden a la “UE que actúe para proteger los derechos y detengan la obstrucción en las tareas de salvamento”.

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