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Sólo el néctar: XVII Domingo Ordinario

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

(Conferencia del Episcopado Mexicano).- Regalo de la selva, regalo de la naturaleza, el colibrí con la belleza de sus múltiples colores y sus vuelos hacia atrás y hacia delante, hacia arriba y hacia abajo, ha llamado la atención desde tiempos inmemoriales. De todos los animales que han conquistado el espacio aéreo es quizás el que mejor domina el arte de volar. Esta vistosísima ave tiene otras dos grandes virtudes: saben extraer lo mejor de las flores y son agentes polinizadores de una gran variedad de plantas. Con su largo y curvo pico y con una lengua apta para succionar el néctar de las flores, se sostiene en rápidos movimientos sin posarse sino sostenido en pleno vuelo. Sólo extrae lo más importante y lo mejor de cada flor. Pero al mismo tiempo sus alas y sus movimientos golpean de tal manera los estambres que el polen se adhiere a su plumaje y después van fecundando otras flores. Busca sólo lo mejor y da vida.

Cuando escuchamos a Jesús siempre encontramos actitudes positivas. Siempre descubre lo mejor de cada persona y de cada situación y siempre ofrece nueva vida. Hoy Jesús nos habla del Reino en términos de descubrimiento y de encuentro. Se descubre “un tesoro escondido en el campo”, se descubre “una perla de gran valor”, casi como por un golpe de buena suerte, como sacarse la lotería. Solamente que adquirirlos tiene su costo: hay que renunciar a todo lo demás, hay que desprenderse de cuanto se posee; tanto el campesino como el comerciante dejan todo para adquirir “lo que es más importante”. Pero las dos pequeñas parábolas nos presentan algo que hoy parece habérsenos olvidado y que el Papa se empeña en recordarnos: llenos de alegría y a toda prisa se deshacen de lo demás para adquirir el preciado don. Es la alegría de encontrar el Reino. No como una carga que se impone, sino como una riqueza que llena y da plenitud. No necesitan nada más, no van a acumular más, ese tesoro basta para dar la plena felicidad. Encontrar a Cristo, encontrar su Reino nos llena de la verdadera alegría.

Un reclamo fuerte que el Papa Francisco hace a la Iglesia es que decimos haber  descubierto a Cristo pero no estamos dispuestos a lanzarnos a la aventura. Vivimos la gris mediocridad de sabernos bautizados y no nos arriesgamos a apostar todo a favor de Jesús. En las parábolas, el Reino no es un añadido más, sino que es todo lo que se quiere y se necesita poseer. El Reino es el único valor y hace superfluas todas las demás riquezas. Lo demás se puede suprimir, no hace falta. No se llega al Reino acumulando bienes, sino dejando todo lo que estorba. Ni el campesino ni el mercader buscan más cosas. Nosotros hacemos al revés, parece que hemos alcanzado el Reino pero buscamos puestos, seguridades, títulos o garantías. Somos calculadores y muy prudentes. No nos confiamos plenamente de Jesús y buscamos otros apoyos. Hoy Jesús nos exige tomar radicalmente su Reino. Es más hay quien toma al Reino como negocio para revenderlo, para sacarle provecho y utilizarlo. ¿Qué importancia le damos al encuentro con Jesús en nuestras vidas? ¿Es realmente un tesoro?

Sacudidos por la globalización y por el relativismo nos encontramos con una de las más grandes desgracias de nuestro tiempo: la escala de valores que rige nuestra sociedad a la cual se apegan muchísimas personas en busca de felicidad. Una escala que nos domina y manipula. Hay quienes, con culpa o sin ella, están atrapados en el anzuelo de engañosos tesoros que los alienan y dividen. El placer, la droga, la ambición de poder, el deseo incontrolable de bienes, el alcohol, la sexualidad desenfrenada, la buena vida, y otros atractivos por el estilo, son los valores que nos mueven en la actualidad. Por estos “tesoros” estamos dispuestos a dar casi todo. También hay quienes teniendo ideales, luchan de una manera tan débil y tan tibia que fácilmente ceden ante cualquier problema. No se entregan plenamente y al final piensan que todo da lo mismo. Pero Jesús hoy nos asegura lo contrario. Las dos primeras parábolas de este domingo nos colocan de frente al tesoro importante y las otras dos pequeñas parábolas, nos colocan en una actitud de discernimiento. “Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos” No es verdad que da lo mismo cualquier religión, no es verdad que cada quien puede vivir como quiera. No es lo mismo caminar con Jesús que caminar a solas. No es lo mismo vivir su sueño que deambular en medio de la oscuridad. No es lo mismo tratar de construir el mundo con el Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Cristo nos presenta el Reino y valores como piedra de toque para nuestra vida y nos exige distinguir lo bueno y lo malo. ¿Cuáles son los valores que mueven a nuestra comunidad? ¿Cuál sería mi escala de valores? ¿En realidad mi esfuerzo y el tiempo que dedico a cada una de mis actividades corresponden a la escala ideal que me propongo?

En dos renglones, la última parábola Jesús nos presenta una gran enseñanza: extraer lo mejor de cada momento. Hay quienes piensan que todo tiempo pasado fue mejor y se quedan anclados en el pasado; hay quienes se encandilan por cualquier novedad y parecen veletas a la espera de un viento nuevo. Cristo nos pone la comparación de un escriba sabio que va escogiendo lo mejor de cada momento. Cada etapa tiene sus valores pero es necesario escoger y actuar conforme a los valores de Jesús, esos valores que dan vida y que fortalecen. Los valores de Jesús son el Reino, el amor al prójimo, la voluntad de su padre, el perdón y el servicio. ¿Cuáles valores rescato para mi vida de lo antiguo y cuáles valores nuevos voy adquiriendo? ¿Cómo juzgo tanto lo nuevo como lo antiguo? ¿Cuál es mi actitud frente a la vida? 

Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida. Amén.

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