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Es una incógnita que adquiere tintes macabros: ¿Con cuántos miles de muertos cerrará este año la violencia generada por el crimen organizado? Palabras, oraciones, números y lugares comunes que tratan de justificar lo injustificable, el hecho de que en este país la vida, la existencia del otro sea tan desechable como un vaso de plástico.
Dejando de lado colores de partido, lo cierto es que en los últimos tres meses la violencia provocada por el crimen organizado ha crecido exponencialmente en Michoacán. Una agencia de noticias, conocida y especializada en estos asuntos contabiliza sesenta las muertes que van desde enfrentamientos con el Ejército hasta ejecuciones con todo y tiro de gracia y tan sólo en el mes de abril.
El Secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, estuvo en días recientes para dar carta de naturaleza al operativo conjunto entre el Gobierno Federal y el Gobierno del Estado, a fin de mejorar las condiciones y la coordinación que ofrezcan al michoacano un clima de seguridad indispensable. Pero no ha sido así. Los gatilleros y sicarios de los carteles asesinan con impunidad, o dejan la vida en enfrentamientos con el Ejército y esporádicamente con la Policía Federal. Es una pesadilla que pareciera no tener fin.
Es indispensable por estas y otras razones que cambie el estilo de Gobierno de este país. No se puede seguir apostando a la política del garrote permitir que ciudadanos sigan muriendo en esta dinámica sangrienta. Por eso es importante lo que propone el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, quien explora otras vías para cambiar la cultura de la violencia en la impostergable ciudadanía que conocíamos los mexicanos décadas atrás. Ya no queremos más meses que arrastren contabilidades sangrientas.
