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Hace seis años en campaña, el actual presidente Felipe Calderón Hinojosa, prometió con entusiasmo rayano en la euforia, que de llegar a la presidencia México cambiaría de rumbo económico hacia la estabilidad. A unos meses de que concluya su mandato el corte de caja es otro: ésta es una nación de desempleados, de gente que sobrevive milagrosamente y que ha alimentado aquello que conocemos como el sector informal.
El Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, aporta cifras que son por demás significativas. En marzo de este año aumentó la población que trabaja en la informalidad en relación a un año atrás. Hoy casi 14 millones de mexicanos se incorporaron a este sector, que se traduce en ese ejercicio de la sobrevivencia que va desde la venta de piratería hasta trabajos caseros mal pagados, esporádicos y desprotegidos por la legislación laboral. Esa es la realidad, acuciante, imperiosa, del México contemporáneo.
Es un panorama que no ha podido superarse, desde el 2008 el llamado sector informal ha sido el refugio para millones de mexicanos que están sin empleo. De acuerdo a l INEGI el nivel de desocupación del 2012 es prácticamente el mismo del 2011, 4.62% de la Población Económicamente Activa, esto quiere decir en términos reales que somos un país con los más altos estándares de desempleo en el continente. Esto es, hay una asignatura pendiente que el Gobierno Federal, pese a la pompa circunstancia y propaganda, no ha sabido cumplir.
De nada valen los discursos en foros internacionales, de nada vale apostar por las inversiones y el crecimiento del mercado, si el Estado descuida lo elemental: el que los ciudadanos alcancen un mínimo piso de estabilidad económica, estabilidad que empieza por la obtención de un empleo. Mientras no se cumpla este imperativo lo que se diga, lo que se afirme, no deja de ser más que rollo.
