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Teatro fantástico (Columna Política «La Feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (03-VII-2020).- Contaba la abuela paterna, Elena, la de Autlán, que allá por los años 30’s del siglo pasado era alcalde del pueblo un tío suyo, Chano, viejo mañoso y astuto al que un grupo de señoras muy católicas, de las familias influyentes de por allá, fue a verlo para exigir que procediera a la clausura de “Casa Antonia”, afamado establecimiento ‘non sancto’ en el que aparte de los servicios cuerpo a cuerpo que suelen ofrecerse en esos giros comerciales, contaba con un muy buen restaurante y salón de baile (música en vivo, diario, interpretada por los músicos de la banda municipal, sin uniforme). De bote pronto, don Chano dijo que por supuesto lo cerraba, pero no el restaurante ni el salón de baile, pues eran negocios legítimos y que como los cinco policías del pueblo no era muy confiables cuidando cortesanas, pediría a los maridos de las decentísimas peticionarias, que ellos se encargaran de vigilar el lugar, en grupos de tres o cuatro, repartiéndose las siete noches de la semana, para verificar que las pupilas de doña Toña hicieran de meseras o si acaso, bailaran sin ofender a la moral… silencio de las damas… que lo iban a pensar, que luego regresaban. Jamás volvieron, sonreía la abuela. Tontas no eran.

Le comenté el ya lejano 25 de febrero de 2015, que según el Sistema Nacional Anticorrupción (nombre de humorismo involuntario, imagínese: anticorrupción nacional sistemática), los dineros que la federación manda a los estados son auditables y para que se viera que la cosa iba en serio, el nombramiento presidencial del titular de la Secretaría de la Función Pública, sería ratificado por el Senado, como fue el caso con doña Irma Eréndira Sandoval Ballesteros.

Una de las principales banderas del actual gobierno federal es la erradicación de la corrupción. Mañana, tarde, moda y noche, habla de eso nuestro Presidente. Y hace señalamientos directos por ejemplo a jueces y contratistas (los del cancelado aeropuerto de Texcoco, los que generan electricidad no contaminante… y otros), siempre sin pruebas, jamás ninguno auditado ni con carpeta de investigación… bueno, por algo se empieza. No coma ansias. 

El Sistema vigente dispone cosas que seguro le ponen los pelos de punta a los corruptos:  “todos los servidores públicos podrán ser juzgados en caso de cometer ilícitos, incluso después de que haya concluido su cargo” (como siempre ha sido); “quien haya cometido actos de corrupción en el pasado, sí podrá ser juzgado con este nuevo Sistema Nacional Anticorrupción” (cosa rara: no hay leyes retroactivas y al que vayan a juzgar por algo que hizo antes, sólo le podrán aplicar las leyes vigentes al momento en que cometió el delito); “no prescribirá ninguna falta grave en menos de siete años” (¿siete, por qué no 14 ó 21?), bueno, es lo mismo: a los influyentes y poderosos de turno, no les preocupa si la ley prescribe en un siglo: no se les aplica, nunca, para eso son impunes, punto… con la excepción no escrita pero siempre vigente de las venganzas políticas, en cuyo caso aunque sean inocentes, se van al bote. Riesgos del oficio. 

Dice la ley que se puede auditar 100% del gasto público federal (siempre). Pero curiosamente, en el Sistema nacional Anticorrupción vigente solo “el 92% ciento de los recursos que gastan los gobernadores y presidentes municipales será sujeto de revisión y fiscalización (…)”, algo anda mal o uno entiende mal algo: por algún extrañísimo cálculo se determinó que el 8% es imposible que se gaste mal o al revés, el 8% se lo pueden robar sin andar de nervios. Lo bueno es que al tenochca estándar no se le agota la fe en que el secreto de todo es tener buenas leyes, como si un buen reglamento de póker pusiera en orden a los tahúres.

Si haciendo leyes se arreglaran las cosas, hace siglos hubiera desaparecido la corrupción. Si le interesa y tiene un tiempito, léase la “Breve historia de la corrupción”, de Alberto Brioschi,  editorial Taurus: en Egipto se expidió en el año 1300 a.C., el Decreto de Horemheb: “Se castigará con implacable rigor a los funcionarios que abusando de su poder, roben cosechas o ganado a los campesinos bajo el pretexto de cobrar impuestos. El castigo será de cien bastonazos. Si el involucrado fuera un juez, la pena será de muerte”… 3301 años después seguimos haciendo leyes. Y en un papiro de entre 1142 y 1123 a.C., de tiempos de Ramsés IX, se cuentan los problemas en que se metió un funcionario del gobierno egipcio que denunció a otro que se enriqueció coludido con ladrones de tumbas… como para matizar el entusiasmo presidencial por su triunfal gesta de limpieza profunda y ‘sanitizado’ de la patria (Bartlett sonríe).

Tal vez el Presidente conciba la corrupción como el acto de saquear al erario, recibir comisiones, hacer negocios desde el poder; y tal vez también crea que ‘apartar’ dinerito para gasto político, no es corrupción, por ser para el bien de la patria. Tal vez. Pero no,  todos los estilos y variantes de fantasía de la corrupción están incluidos en el séptimo Mandamiento de la Ley de Dios: “No robarás” (ya que está de moda ponerse bíblicos).

Se le atribuye a Winston Churchill la siguiente frase: “Un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia”. Un mínimo, o sea: aceptando que es un imposible erradicar completamente este mal.

Y para que sea un mínimo, en México, haciendo a un lado la perpetuamente inútil Secretaria de la Función Pública, bajo todas las denominaciones que ha tenido, tenemos la Auditoria Superior de la Federación (ASF), órgano técnico de la Cámara de Diputados, ahora a cargo de un experto en esas lides, David Rogelio Colmenares Páramo, quien por culpa del Covid-19, no entregó el pasado 1 de julio los resultados de las auditorías al primer año de gobierno de la 4T; y esa misma ASF es la que de un trancazo limpió la administración del anterior gobernador de Chiapas, Manuel Velasco.

O sea, en conclusión y como de costumbre, esto, todo esto, es teatro, teatro fantástico.

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