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Alivio o tormento (Columna Política «La Feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (02-XII-19).- Tío Toto (Ricardo, no me pregunte), era un tío normal y si algo lo caracterizaba era su optimismo, en especial sobre el amor sincero y rendido que él presumía le tenía su esposa, tía Cata (Catalina), quien lo oía decir que ella era la prueba de que Dios lo quería mucho y sonreía viéndolo sin abrir la boca. Tío Toto sin ser rico, tuvo muchos años un empleo en el que le pagaban arribita de bien; ya con los hijos casados, seguía el tío dice y dice, con motivo y sin él, que su esposa era su mejor golpe de suerte; pero, así es la vida, se vendió la empresa y los nuevos dueños lo echaron con lo puesto. Antes de dos meses de andar buscando trabajo, una tarde regresó a su casa y se encontró un recado de la tía, que fue lo último que vio de ella. Le dolió, mucho, pero más le dolió cuando supo que su media naranja nomás se cambió de casa y estaba de querida de un General amigo de ellos hacía mucho tiempo; bueno, más amigo de ella que de él. Ni modo.

Hay un extraño fenómeno psicológico que a la mayoría de nuestros presidentes aqueja (casi a todos); a algunos pronto, a otros por ahí del cuarto año de su administración: de repente como que se desconectan de la realidad, como que se creen lo que dicen, como que asumen en serio el papel de héroes de la patria, sabios en toda materia e incuestionables y supremos legisladores. Y por eso sin rubor, se dejan agasajar, ponerle su nombre (o el de su mamacita), a parques, clínicas, escuelas y avenidas, para ni mencionar la extrañeza que les causa no recibir un premio Nobel o que no haya conflictos internacionales, para montarlos de secretarios generales de la ONU. 

Hay distintas versiones del por qué les pasa eso. Una teoría es que tanto aplauso, tanto halago y tanto oír decir ‘sí, señor’, enloquece; otra es que La Silla está embrujada, pero, sea lo que sea, pasa (con excepciones claro… se solicita información).

Mucho ha contado este López el enorme esfuerzo que hizo para no soltar una carcajada oyendo a la hermana de un Presidente (Margarita, ¡esa!, la López Portillo), decir que tenía mucho pendiente por lo que pudiera pasar el día que ‘Pepe’ entregaba el poder a de La Madrid, pues la santa señora temía que la gente se echara a la calle para impedir que su hermanito dejara la presidencia… ¡nos urgía! Y a ese señor, su texto servidor le escuchó decir que le daba pudor pensar lo que dirían los libros de historia patria sobre él: ‘Espero que moderen los halagos, que sean breves’ (¡toing!, suena un resorte del cerebro al saltar): no había un mexicano que no pensara en él con groserías.

Los casos más graves son los de aquellos que nomás ganando la elección, desde antes de asumir el cargo ya están pensando en cómo van a mantener bajo sus calcañares (patas) a opositores, líderes levantiscos y a sus correligionarios que abrigan la esperanza de sucederlo (sí, desde antes de llegar a la presidencia, empiezan a recelar de compañeros de partido y de los que van a nombrar para su gabinete); caso igual de delicado es el de los que mientras juran cumplir y hacer cumplir la Constitución y la leyes que de ella emanen, están pensando en cómo van a cuajar su proyecto político personal; a qué grupos empresariales favorecerán; y sobre qué deben hacer para quedar instalados a perpetuidad como líderes de la nación (se repite: con las excepciones reglamentarias).

Agregue a ese fétido caldillo de sesos de raro aspecto, que casi todos sufren de pérdida de memoria: se les olvida lo que gastan en prensa laudatoria, lo que les cuesta el acarreo de masas rentadas que los vitorean, los besan, los manosean y aclaman; y por supuesto el carnaval de maromas que hicieron para llegar a La Grande. Y les parece natural el aura de éxito, aceptación y veneración popular, que adorna su testa (como a Moisés apenas bajando del cerro en donde -dijo-, quedó de muy amigo de Dios).

Los casos de urgencia siquiátrica y mayor peligro para el país, son sin duda, los de los que sí creen sinceramente todo eso (porque hay los hacen como que sí, pero no; esos que nomás saben deben actuar el papel que les toca en la tragicomedia nacional, pero sabiendo que todo es sainete). El problema es para uno, sencillo ciudadano banquetero integrante del peladaje estándar: nunca sabe cuál está loco o es de fiar (para caso que amerite una reacción rápida y sensata). 

En el caso presente, ahora resulta que ya nadie se acuerda que aunque nuestro Presidente  ganó con una arrolladora cantidad de votos (30 millones 113 mil y pico), sigue siendo cierto que casi el doble no votaron por él (59 millones 218 mil 548 electores que no se tomaron la molestia).

Ahora resulta que es una verdad como un templo que él es tierno, cristiano, cariñoso, amante de las leyes y las instituciones, como si pudiera olvidar su historia un testigo: todo el país; como si no supiéramos cómo reacciona cuando la realidad lo contradice. No: en Palacio despacha la personificación de la tolerancia y el amor, y cuando nos llama ‘mi pueblo’, sentimos rebonito (¿su pueblo?, eso es frase de cacique).

También ahora resulta que nadie se acuerda, particularmente él, los de Morena y sus seguidores, que los tiene y no son pocos, que íbamos a crecer al 6% anual, luego al cuatro, al dos y ahora que estamos cerca de cero, sucede que el crecimiento no es importante sino el bienestar que nos ahoga. Ahora resulta.

Y por cierto: pidieron seis meses para dar resultados en eso de la inseguridad; luego un año. Ya vamos en dos. 

Encima, como verdad revelada: la corrupción no existe (¡ya!), y la gente está feliz, feliz, feliz.

¿De dónde tanto optimismo?

Lamentablemente está tan dicho todo y tan expuesta la figura presidencial, que no será fácil un golpe de timón: algunos millones de tenochcas simplex se iban a irritar un poquito. Más lamentablemente olvidan los actuales gobernantes que aquí se gobierna bajo la mirada vigilante del tío Sam: cuando se ponga trompudo y en plan exigente ¿qué van a hacer?

Así, con las cosas como están, el 2024 será alivio o tormento. 

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